martes, 4 de junio de 2013

37. Enloqueciendo En El Interior Del Corredor (Dónde Ya Nadie Recuerda Qué Es Eso Del “Amor”)




Un silbido tan pegadizo como renqueante percutiendo atormentadas mentes.


Silbando en la pequeña sala
Ya no pareces tan valiente como antes
La vida pasa y da lecciones
Y tú ya no quieres codearte más
Con la misma gente
Sino que prefieres
Mantenerte siempre distante

El espejo fracturado del muro de tu habitación
Pretende mostrarte tal y cómo eres
Tras tu diaria y falsa oración
Pero eres consciente de ello y optas
Por no prestarle la más mínima atención

Y escuchas murmullos en tu cabeza
Y parece que alguien, tu nombre ha gritado
Y entonces piensas anonadado:
“¿Cómo es posible que hasta aquí haya llegado?”

Tienes hambre de libertad
Pero es mejor contigo no jugar
No vaya a ser que tu mente
Se pierda definitivamente
Por alguna indeseable casualidad

Es posible que, después de todo
No estés tan mal
Pero preferiste ser un loco
A un sucio criminal

Blancas paredes, acolchadas de falsa locura
Negro futuro, ahogado incluso antes
De que llegue, sumergido en una
Gran e inesquivable amargura

Oyes pasos que recorren
El largo pasillo del exterior
Y lloros y lamentos de tipos
A los que hace tiempo que se les olvidó
El significado de eso a lo que llaman “amor”

Y de repente te das cuenta
De que tú tampoco lo recuerdas
Pero sabes que no se trata de un mal menor
Por lo que te llega de nuevo la misma reflexión
Que, esa sí, conservas en tu cerebro
Bien grabada y de la forma más atroz:

“¿Cómo ha podido mi persona
Acabar tan atormentada?
¿Por qué mis principios, de tal forma
Se han visto transformados
Y mi consciencia he dejado
Del día a la noche, tan abandonada?”

A través del estrecho e infinito corredor te llevaban
Y tus piernas, por el polvoriento suelo
Dejabas que fuesen violentamente arrastradas
Y bien sabías que no poseías más pruebas
Que las de tus últimos minutos de vida
Los cuáles pasaban tremendamente despacio
Incluso para una mente tan aguerrida

Así que más no te quedaba que ver
La esponja siendo apenas empapada
Y al tipo que, con su malévola sonrisa te la colocaba
Silbando esa pegadiza tonada
Que, tras tu estancia en aquella sala
Tan bien recordabas

Y tu último pensamiento fue este y no otro:
“¿Acaso no serán estos cerdos
Igual de asesinos que la mayoría de nosotros?”


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