sábado, 8 de junio de 2013

39. Ni El Ladrón Más Inexperto Y Pesimista Del Lugar...




… Podría Llegar A Imaginar Que El Plan Se Fuese, De Tal Forma, A Desarrollar.


Quizás fuese hacer el trabajo sucio, pero en esos
tiempos era algo suculento para un tipo como yo,
de futuro tan poco prometedor y mustio.

El optimismo se palpaba en aquella humeante sala,
en la que la seriedad y el tabaco eclipsaban al olor
de la pólvora de las robadas balas, pendientes de
ser usadas.

Si vestías mal o poco te arreglabas, el jefe, contigo
rápidamente se enfadaba y el peor cargo para ti
dejaba.

La idea estaba totalmente planificada.
Cada uno sabía lo que debía hacer y si no, el superior,
instantáneamente se encargaba de decirte que allí,
tu inútil presencia nada pintaba.

Por mucho que la competencia estuviera a la orden
del día, demasiada preocupación en sus rostros no
veía.

Tan sólo sonoras carcajadas lanzando destellos de
tonalidades variadas, tanto plateadas como doradas.

Salí con mi compañero de allí y, un coche negro,
parado en la calle de enfrente, vi.

“Fíjate en el tipo de ese coche, ya que podría peligrar
el plan para esta noche...”

Mi compañero era mudo desde que nació, así que,
simplemente, con su cabeza asintió.

Al ser solamente dos, una banda amiga accedió y a
otros dos tipos nos prestó.

Me llamó la atención lo que nos dijeron:
“No os preocupéis por la primera ni la segunda
impresión, los tipos son astutos y realmente fieros”.

A saber lo que en ellos vieron, pero me fío de lo que
hicieron...

Quedamos con ellos al lado de la estación, después
de estudiar de nuevo la estrategia y toda su planificación.

Estábamos algo nerviosos y exageradamente expectantes,
pero, ¿qué podría esperarse de unos simples debutantes?

De pronto, los faros de un viejo Cadillac nos deslumbraron,
tal y cómo nuestros mandatarios acordaron.

Lo que no nos contaron fue que a nosotros tanto se
acercarían, que por poco nos atropellarían...

Las puertas se abrieron y, del oscuro interior, dos individuos
trajeados, con gafas de sol y sombrero, lentamente salieron.

Frente a nosotros se colocaron y con firmeza nos saludaron.

“Saludos. Nos toca lío esta noche, pero ya veréis
como a partir de hoy, nuestros respectivos superiores
no dudarán jamás en hacernos los honores”, dijo uno de
los señores.

No había lugar a dudas, eran ellos.
Parecían estar muy seguros y ser verdaderamente fieros.

Entramos todos al coche y me tocó conducir a mí.
Cuando ya nos faltaba poco para llegar a nuestra ubicación,
algo llamó enormemente mi atención y me hizo pensar que
algo extraño pasaba ahí.

Pregunté por la dirección y pronto llegaría mi preocupación.
Uno no parecía escucharme y el otro no sabía guiarme, por
lo que comencé a alarmarme.

Y mi socio tampoco pudo ayudarme, al ser mudo, así que
mi mente se nubló y mi garganta se hizo un grueso nudo.

Miré un momento el plano y, uno de ellos, fuertemente gritó:
“¡Cuidado, deje usted el maldito plano y fíjese en la carretera,
que si no, todo esto será en vano!”

Y no me quedó otra que dar un volantazo, al ver cómo el coche
de delante gritaba avisándonos con un tremendo bocinazo.

El peligro al volante pasó y por fin llegamos a la situación.
Ya quedaba muy poco para pasar a la acción, así que debíamos
mantenernos concentrados, haciendo completo uso de nuestra
razón y con la máxima precaución.

El banco tenía un gran prestigio y tamaño, pero nos daba igual,
ya que para nosotros, la cobardía y el miedo debían ser cosa
de antaño.

Sólo un montón de hojas, que por el suelo se arrastraban,
podían molestarnos a la hora del atraco.

“Bien, ha llegado la hora. Por cierto... ¿Tiene usted algo de
tabaco?”, le pregunté a uno de nuestros ayudantes de
trabajo, aunque todo parecía indicar que, respuestas
con él, no trajo.

“Perdone, señor. Si le está gritando a mi compañero, no se
moleste, es sordo”.
“¿Me está usted hablando en serio? ¡Madre del amor hermoso!
Ya me olía yo que llevábamos un problema a bordo, pero nunca
imaginé que fuese a ser tan gordo...”

Creía que ya tenía bastante con mi compañero, pero esto ya
sobrepasaba los límites de lo irrisorio.

¿Un atraco ayudado por un mudo y un sordo? ¡Menudo estorbo!

“Bueno, dejemos de lado este golpe bajo y vayamos directos
al tajo”, dije con ganas de hacer de una vez el trabajo.

“Mi socio y yo nos colaremos dentro, y usted y su amiguito el
sordo, se quedarán aquí, vigilando, para que esto no se
convierta en un completo bochorno...”
“Veo otro problema en todo esto, señor. Bueno, no lo veo, pero
se puede decir que lo preveo...”
“¿De qué se trata ahora?”, le pregunté echando un vistazo al
reloj, para consultar la hora.
“Es que... Usted verá, pero yo... Soy ciego”.
“En absoluto le creo”.
“No es una broma, es cierto que nada veo”.
“¡Por favor! ¿Cómo puede sucederme ésto? Prefería haberme
quedado bien callado, sin meterme en líos, permaneciendo junto
a mi añorado lego...”
“Somos simples mandados, señor, pero estoy con usted.
Tiene toda la razón, para nada lo niego”.

“No podemos seguir lamentándonos, ahora nos toca llevar a
cabo el plan, sincronizados y compenetrándonos”.
“Claro que si, señor. Designe entonces nuestras nuevas
posiciones cuanto antes, por favor”
“Lo haré rápido, pero hacedme todos caso, que aquí percibo
demasiada falta de rigor...”

“A fuera, “ciego” y ”mudo” no se podrán quedar, ya que
ninguno de ustedes nos podría alertar.
“Ciego” y su compañero, permanecerán ustedes aquí
escondidos, con el fin de avisar, en caso de ver a la policía,
por la zona deambular”.

“Perdone mi interrupción señor, pero, ¿acaso no recuerda
que mi compañero es sordo? Ciego y sordo, mala combinación
para tal acción...”
“Cierto, tiene usted toda la razón. Perdonen mi decisión, pero
nunca he tenido buena memoria y uno de mis puntos débiles
siempre ha sido la improvisación...
Siento mi error, préstenme de nuevo su atención”.
“No se preocupe señor, todos hemos cometido alguna vez
una equivocación”.

“Como ninguno de ustedes podrá esta tarea, a cabo llevar,
seré yo el que este puesto tenga que ocupar.
Ya sabéis cómo entrar y dónde buscar, así que pongámonos
en marcha ya, que más minutos, a la basura no podemos tirar.
“De acuerdo, señor. Vamos allá, olvidémonos de nuestras
formas y trajes. ¡Al abordaje!”

Y la actuación terminó fatal.
Un coche de policía por allí se acercó y, aunque poseía un
oído que la sirena oyó, una vista, la cuál a tiempo lo divisó
y un buen torrente de voz que, a mis compañeros avisó, la
cosa no salió.

El sordo, mi voz no escuchó.
El mudo, a base de gestos, poco consiguió.
Y el ciego, de nada se enteró.

Una historia real y surrealista al mismo tiempo, en la
que los policías se convertirían en los condecorados
protagonistas y, nosotros, en simples insultos y
lamentos, esparcidos por el viento.


No hay comentarios:

Publicar un comentario