jueves, 20 de junio de 2013

40. Triste Y Desgraciadamente, El Mundo Está Demente




La locura ya no es sólo cosa de unos pocos.


Tarde me he levantado, los cubiertos no se han
fregado, y, para colmo, mi desayuno se ha enfriado.

No me extraña mi estado, es normal que esté así
de irritado...

Muertes y asesinatos. Catástrofes e incendios en
lejanos orfanatos.

Todo en primera plana, para que no pasen
desapercibidas noticias tan agradables y sanas.

Dejo el periódico tirado y pienso aliviado:
¡Menos mal que a mí no me ha tocado!

¿Por qué el mundo está tan mal? ¿Es cierto que
el hombre es el animal más difícil de adiestrar?

Mi hermana para siempre se ha largado y sólo me
he quedado. Y agacho la cabeza apenado cuando
descubro su pobre legado.

Con unas pocas monedas, que tiempo atrás dejaron
de brillar, y una endurecida goma de mascar, muy
lejos no voy a llegar.

No he desayunado demasiado, pero tengo que partir
hacia el lugar que mi hermana se encargó de dejar
en mi memoria bien grabado.

El curso aún no ha comenzado, no querré quedar
mal con mi nuevo profesorado...

Las alcantarillas huelen fatal y las ratas salen para
saludar.

Al barrendero, el vómito del borracho al que la
pasada noche tuve que aguantar, le toca hoy fregar.

Unas pintadas feas y sin terminar me ayudan a decidir
qué camino tomar.

El vendedor ambulante me intenta parar, con la
intención de, uno de sus inútiles cachivaches,
hacerme comprar, pero yo le digo:
“¡No, no, no! ¡Deje ya de molestar!”

Me tropiezo con el bordillo al girar y los libros, de mi
mochila consiguen escapar.

Cuando los recojo y me levanto, mi mirada se
cruza con la de un tipo de globo en mano, sonrisa
en rostro cano, caramelos en paradero cercano, y
que me habla como si fuese mi hermano.

“Mira ahí, creo que ese libro también es tuyo”, me
dice por bajo, como si temiese por ir al trullo.

“¡Oh! ¡Gracias, señor! Es un libro de citas de las
buenas”.
“¿Te diriges a la escuela?”
“Si, aunque en estos momentos sea como un
dolor de muelas...”
“Muchacho, entiendo que te duela.
¿Te vienes a escuchar mi trompeta y comprobar
qué tal suena?”
“Se lo agradezco, pero creo que continuaré mi
camino hacia la escuela”.
“De acuerdo, amigo, pero hazme caso y pasa
de ella, olvida tu estrés y deja atrás tus penas”.

Un caramelo, el tipo en el suelo olvidó y mi
curiosidad, por la zona barrió.

Seguidamente, mi boca se abrió y mi golosa
lengua, gustosamente lo lamió.

Su sabor era más que bueno.
Por un momento creí estar en el cielo.

Al instituto, algo tarde llegué, por lo que a la
profesora pregunté:

“¿Puedo entrar en clase?”
“No se preocupe por unos pocos minutos.
Pase, pase”.

Me senté, a varios compañeros saludé y después,
a la profesora, atentamente escuché.

Tras hora y media, la mujer continuaba con su
recital:

“¿Por dónde iba? ¡Ah, si! Un poco de historia no
os vendrá nada mal...”

Aburrido en la mañana y bien lejos de mi hermana,
la cosa estaba bien clara: no se trataba de mi mejor
jornada.

Este no era lugar para mí, parecía que allí mismo
me fuese a morir.

Y lo cierto es que me encontraba más que fatal.

“Señora, no sé si será por este triste ambiente
otoñal, pero me siento realmente mal”.
“No se preocupe, pequeño, ya le contarán sus
compañeros el final”.

Eché a correr rápidamente, con la idea de zafarme
cuanto antes de aquél potente vendaval.

Con el hombre del globo me volví a topar, pero
esta vez se limitó a sonreír y, con su mano, saludar.

El vendedor ya no me molestó con su cantinela
al pasar.

El barrendero, allí había dejado ya de limpiar.

Y las ratas parece que conmigo, ya no se querían
encontrar.

En mitad de la calle, un cartel del tío Sam me señala,
y yo le grito a la cara: “¡Yo contigo no quiero nada!”

Al llegar a mi solitario hogar, se pudre hasta el nogal,
y, en el espejo de mi habitación, pongo mi total atención,
al ver mi rostro morado, arrugado y sin un mínimo de
esplendor.

Llamo inmediatamente al doctor y le explico mi
situación.

“¿Tomaste algo en mal estado?”, me pregunta
tremendamente alarmado.
“Tan sólo un inofensivo caramelo, ¿debería estar
preocupado?”
“¿Acaso te lo regaló un tipo disfrazado?”
“Un hombre vestido de payaso. ¿Pasa algo malo?
Estoy asustado...”
“Ese señor es un lunático, de carácter antipático
y de mente demencial. Podría tratarse de un peligroso
criminal.
Es posible que eso que tomases contuviese un virus
letal. Mucho lo siento, pero me temo que no te queda
más remedio que llorar y aguardar a tu inexorable final”.

¿Por qué hasta mí había llegado?
¿Cómo podía existir un ser tan malvado?

Parece que finalmente me ha tocado.
De la maldad de este loco mundo me he contagiado.


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