lunes, 9 de abril de 2012

29. Si Quieres Olvidar, Prueba A Escuchar Un Poco De Musicalidad Con Naturalidad



Esta historia trata de la musicalidad, genialidad y perfección de la naturaleza. No pienses en casualidades...

Al aire fue lanzada y, una vez la moneda cayó,
en la palma de tu mano se posó, espantando
a los viejos fantasmas de tus deseos por frenar
en mitad de la vía, e indicando que la siguiente
estación en tu vida había sido prefijada, en aquél
momento, y por ella misma anunciada.

Sólo en la estación, silbando tu preferida canción.
Alguien te intenta silenciar, llamando tu atención.
Y tú continúas silbando, mientras el tono,
paulatinamente vas intensificando.

Se vuelve a quejar, pero a ti sigue dándote igual.
Alrededor tuyo se pone a carraspear, haciendo
de acompañamiento a tu incansable silbar.
Y ahora, un silbido más. El del tren, que acaba
de llegar.

Con un fondo instrumental ya habría sido el
novamás.
Pasajeros en pie y a marchar, en busca de un
buen sitio en el que poderse sentar.
Los pasos marcan un ritmo natural, a la par
que convencional.

El “carraspeador” se dirige hacia un vagón
distinto al que tu vas a entrar, con el ceño
fruncido y pisadas de fuerte resonar.
Las escaleras subes y tomas un asiento
apartado de los demás.

El tren arranca, haciendo a todos escuchar
su característico rechinar y dejando tus
orígenes y errores atrás.
Te acomodas y a los sonidos tratas por un
momento de ahuyentar, siendo consciente
de que no te vendría nada mal unos minutos,
al silencio, al interior de tus oídos invitar a pasar.

Cruzas las piernas y, tu sombrero, sobre los
ojerosos ojos dejas caer. La maquinaria no
para de tocar y el humo de la locomotora te
comienza a envolver.
Surcando mi ciudad natal, escalando colinas
y rozando un enorme manantial, vamos todos
juntos, sin importarnos el destino y disfrutando
de esta travesía sin igual.

La majestuosidad del sol por poco lo hace hablar.
Varios pajarillos se acercan sorprendiéndonos
con su afinado cantar.
En el cristalino manantial, unos peces bailan
y nos salpican con su chapotear.

Las liebres, actuando para nosotros al pasar,
se ponen como locas a saltar.
De pronto comienza a lloviznar y, chocando
contra la hierba, aparte de teñir ésta de un
tono muy particular, la lluvia nos enamora
con su sonido delicado y singular.

Y más tarde, las nubes bajan para saludar,
acompañando a la luna, alumbrándonos y
preparándonos para soñar.
De forma inesperada, un sonido con el que
ninguno contaba, se cuela en el lugar,
incitándonos a pensar quién sería capaz de,
un momento así, de tal forma destrozar.

Me despierto, doy un bote y, mi sombrero,
contra el suelo se da un golpe.
El tren ha parado y unos hombres sin idea
de tocar se nos han acoplado.

Aún estoy medio dormido y abobado, pero
no soy idiota. Está claro que no les daría ni
un mísero centavo...
Y, poco idiotas como yo, el resto de pasajeros,
nada de dinero tampoco les dio.

Algunos, incluso se pusieron a carraspear.
Algo que, rápidamente, me hizo recordar.
Y de paso, también reflexionar.
“Antes de tu voz hacer sonar o un instrumento
tocar, presta atención a la verdadera musicalidad
y aprende de la naturaleza y su genialidad”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario