Un día de mala suerte lo tiene cualquiera...
Con un humor de perros te levantas.Las piernas, tras de ti, arrastras.El baño hoy no está hecho para ti.No parece que vayas a salir bien parado de ahí.Sales más despeinado de lo que has entrado y,por si aún no te has enterado, tu barba pide agritos un afeitado.Te diriges hacia la cocina, pero tu cuerpo, eneste momento, tampoco atina.El tobillo ha crujido, aunque podrías haberacabado más dolorido... Al menos, gracias a lamesa, te has sostenido.Este último obstáculo pasas y, a la nevera, conesperanzas te abrazas.A por ella te lanzas y contemplas abatido cómoestas esperanzas, de inmediato, se han diluidouna vez abierta... ¡Está prácticamente desierta!“Un mal día lo tiene cualquiera”, piensasconsiderablemente preocupado, aunque,debido a tu perdurable y soñoliento estado,en absoluto lo pareciera.Sabes de sobra que todo se ha estropeadodesde el preciso instante en el que te haslevantado, pero eres consciente de que nopuedes arreglar lo ya pasado.Y no quieras pensar en que aún queda todoel día, que ésto sólo ha comenzado...Unas tostadas sin mantequilla ni mermeladay una botella de leche a punto de ser terminada.Desgraciadamente no hay otra cosa, así quees lo que tocará para hoy, sea o no una situaciónalgo penosa.Una vez desayunado, ¡vamos a por el afeitado!Se parte la cuchilla y rompe la maquinilla.“Ya, más no me voy a cabrear. Voy a salirafuera y de la vida disfrutar”, me dije antesde, a la calle, bajar.Un jersey tomé y la puerta, con llave, cerré.Al haber bajado, me di cuenta de que deberíahaber un mínimo pensado y, a través de laventana, haberme asomado.Aquello no era una lluvia normal, ¡se tratabadel gran diluvio universal!Reconocer tus errores es de sabios. Detontos es poco o nunca acertar y, cada dospor tres, tener que rectificar.Pero rectificar es algo a lo que te tienes queacabar por acostumbrar y, con el paso deltiempo, saber perfectamente a cabo llevar.Y otra vez las escaleras (subiendo de lado,ya que el suelo se encontraba recién fregado)...Mala suerte, al ascensor hoy le tocó estar averiado.De nuevo, con las llaves la puerta abrir, para,después de cambiar el jersey por un chubasqueroy mi paraguas beige, volver a cerrar y salir.La calle no se contaba nada nuevo, todoseguía igual de feo. Lo poco que narraba erala mierda que a ella se encontraba aferrada.Un borracho en un banco, sin hora ni noción,tarareando una repetitiva canción.Gente corriendo para llegar al autobús a tiempo,mentalizados para afrontar un día más deineludible aburrimiento.Una fiesta tan ociosa como copiosa.Vómitos, colillas y botellas tiradas, rotas o sin abrir.Precintos de la policía, indicando que ese fue el fin.Un tropiezo y me clavo un trozo de cristal. Nohay problema, ya me he acostumbrado a tanto mal.Ah, y no me he olvidado de mi pendiente afeitado.Tendré que cruzar la calle, ya que la barbería seencuentra en el otro lado.Veo un cartel en la puerta, con un mensaje que,en mí, un gran interés despierta.“Cerrado por defunción”.No me puede estar pasando. ¡Ésto ya es unacompleta exageración!Ahora me tocaría ir a la otra punta de la ciudady visitar una barbería a la que acudía con másque nula asiduidad...La lluvia aumenta su fuerza y atrás quedó elviento calmado. Mi paraguas también fue alpasado (pasado por agua y completamentedestrozado).Se fue para siempre esa añorada y suavebrisa, por lo que debo llegar hasta mi destinodándome prisa.Al fin llego, a punto de desfallecer. El pomogiro, la puerta abro, al barbero saludo y, enese momento y no otro, deja de llover.¿Es una broma o realmente todo esto metenía que suceder?“Buenos días, señor. ¿Qué desea?”, medice el barbero con una sonrisa fea.“Como podrá ver, necesitaría un afeitado.No quiero que piensen que, entre mi vello,a una patrulla de pulgas he alojado”, lerespondo agotado.“¿Algo especial o de lo más normal?“Lo más corriente, pero, por favor, que micara quede presente”.“¿Por qué no iba a dejarle bien arreglado?Soy el mejor barbero que por esta ciudad hapasado. Perdone señor, pero le noto a ustedalgo amargado...”“No querría saber todo lo que me ha pasado.Dejémoslo dónde ha quedado”.Es raro, pero no estaba preocupado. La cosaiba bien. Ojalá todo hubiese, de una vez, acabado.Cerraba los ojos y veía una gran pradera verde,llena de rocío y tranquilidad. Los abría de nuevo,y a mi mente tan sólo acudían letras que pagary personas de inexistente caballerosidad.“Bueno, pues esto ya está”, dice el hombre sinaparente maldad.“Perfecto. Gracias, señor. ¿Cuánto le debo?”,pregunto con miedo, ya que algo malo preveo...“Por ser cliente nuevo, una suculenta oferta leharé. No se preocupe, a buen precio se lo dejaré”.Tengo demasiado temor. Me espero lo peor...“Son setenta dólares y cincuenta centavos. Esun precio que a mí me parecería todo un halago”.“¿Me toma usted por idiota? Ni que hubieseafeitado a un oso... Esto ya es bochornoso”.“Esta es la mejor barbería. ¿Qué esperaría?”El dinero le di y asqueado de allí me fui.Es algo que de lejos me temí.Ya soy en esto experto, por algo últimamentesiempre acierto.En fin. Una jornada como para vomitar.Un día para jamás recordar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario